Por: Juan Sebastián Arias Palomá.
“Muchos niños murieron por desnutrición; teníamos que alimentarnos de caballos, perros, gatos, en fin, de lo que tuviéramos a la mano”.
Testimonio de Miguel Córdoba, primer colono y líder campesino de la región del Pato, Caquetá. Que, entre húmedas pupilas, cuenta su transición de una vida campesina pacífica, a los años más oscuros de la violencia en Colombia.
Fue aproximadamente en el 58’, cuando Don Miguel tenía unos 11 años. Y, mientras jugaba a rayuela o corría por los pastizales, un grupo de bandoleros “chusmas” o liberales armados, coparon los territorios de familias campesinas e indígenas dedicadas al uso productivo de la tierra. En su caso, la invasión del territorio desató un látigo de sometimientos con los hombres parceleros, violaciones inescrupulosas a las mujeres y desapariciones de niños en las montañas colombianas alborotadas por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán.
Años después, en el 65’, ya instauradas las ideas gaitanistas de Manuel Marulanda Vélez en Marquetalia, Tolima; la guerrilla de las Farc llega a El Pato. Sometió a las violentas “chusmas” a sumisión, mejorando de cierto modo el estilo de vida de los habitantes de la vereda. Y, por otro lado, convirtió a la vereda en un continuo campo de batallas entre el Estado y la insurgencia que los protegía.
Aunque la sangre provocó que los campesinos dejaran sus tierras por un largo periodo; regresarían una década después por la necesidad de retomar sus prácticas milenarias, a pesar de la alta estigmatización. Razón de ello, “la marcha de la vida” en 1980 <movilización enfocada en legitimar los derechos de los campesinos> abanderando las causas perdidas de comunidades que no tuvieron la oportunidad de formarse académicamente o tener un servicio eficiente de salud.
En ese momento, interviene Roberth Escobar, experto en historia social y conflicto de la Universidad del Externado. Comentando que la comunidad del El Pato-a la que él pertenece- hasta hace poco vivió una masacre dantesca. No más empezando el nuevo milenio, entre el 2002-2006, el General Cadena desapareció y torturó a más de 100 habitantes, casi la población completa que alberga el casco urbano de El Pato.
“Estamos juntos, pero no revueltos” exclama Roberth Escobar, cuando una niña del público le pregunta sobre la importancia de trabajar con los ex combatientes y el roll de la juventud en el posconflicto. Escobar, manifiesta que ese trabajo con los ex guerrilleros motivó en la juventud rural la creación de la “Guardia Campesina”; encauzada en mantener la memoria histórica de su lecho, a través de obras de teatro, murales simbólicos y danzas representativas de su cultura.
“Es vergonzoso ver en los Acuerdos de Paz un punto basado en el desarrollo rural integral, cuando debería ser política de Estado garantizarles sus derechos”.
Entrada la tarde, después de la proyección de la película Ida, el ponente Henry Rivera Leal, Investigador del Centro Internacional para la Justicia Transicional-que a diferencia de lo otros invitados pasa al atril- da su conferencia.
Inicia cuestionando al público sobre ¿qué tan vinculantes son los acuerdos pactados con las Farc? Respondiéndose, de obligatorio cumplimiento por el blindaje jurídico acordado en La Habana. Eso sí, el acuerdo que se consiguió no solo fue para desarmar a las Farc, sino para instaurar en el ordenamiento jurídico políticas rígidas de Estado. Ya solucionada la seguridad y estabilidad jurídica el 12 de mayo del 2016, la hostilidad con los ex guerrilleros pasa la página, para cumplirles directamente a las víctimas afectadas en más de 50 años de guerra.
Las víctimas, en principio gozarían de la Jurisdicción Especial para la Paz, materializada en sus victimarios. Lo cual se sometería a una categoría de acuerdo especial denominado justicia restaurativa. Que en su defecto, confesarían todos los actos atroces que cometieron durante el longevo conflicto armado. Recayendo en los victimarios el 100% de la responsabilidad de reparar a cada uno de las personas que afectaron. Garantizándoles el retorno de bienes o predios, ubicar los restos de sus familiares desaparecidos y el juramento de jamás volver a repetirlo; con tal de no pagar cárcel.
Por eso, es vital que se apruebe vía fast-track los 6 puntos del acuerdo. Porque, aprobado en plenaria del congreso y declarado constitucional en sala plena de la Corte Constitucional, se legitima el acuerdo de La Habana. Implementando temas álgidos de la Nación, como la seguridad alimentaria para los campesinos, el debido proceso para las víctimas y el principio de oportunidad con los victimarios.
“Acá en Neiva durante la película la gente se reía de las groserías, en mi pueblo se reían de cada muerto”.
Palabras de Iván Gaona, Director de la película, Pariente, nominada en los Premios Óscar de la Academia 2018; hila la historia de familias campesinas de un lejano pueblo santandereano que convive permanentemente con la violencia.
“Claro ejemplo es mi pueblo, Güepsa. Por eso decidí rodar allí la película”. Y retoma: “La sociedad colombiana se acostumbró a vivir en violencia. Los medios de comunicación no hacen otra cosa que revelar asesinatos y el conflicto incesante en territorios sin ley, estimula en sus ciudadanos comportamientos iracundos”.
Iván, encontró en el cine la manera de relatar las múltiples historias que no se cumplieron por culpa de la guerra. Exclama el Santandereano: “la gran mayoría de productores audiovisuales de este país, narra de manera macro el conflicto con x o y grupo subversivo; dejando en el olvido las pequeñas historias de cada pueblo que tiene el país. Esas historias, son las que toca virilizar y llevar el eco lo más lejos posible. Tal vez así, conociendo otra realidad distinta a las de las urbes a las que estamos acostumbrados, comprendamos la importancia de finiquitar con cualquier guerra que se nos atraviese”.
Y finalmente, para cerrar el cuarto día del Cinexcusa. El nominado a los Óscar, el cual luce de pirsin en la ceja, candado en su barba y nobleza en su mirada; reflexiona diciendo: “No importa el credo, ni la orientación sexual, el equipo de fútbol o la convicción política que tengamos. Todos, a fin de cuentas, somos como el nombre de la película, Parientes de una sola Nación, Colombia.