Por: Gustavo Patiño
Una explosiva ola de aplausos inundó el auditorio Olga Tony Vidales en la tarde del tercer día del Cinexcusa cuando ‘Kevin Salvatierra’, exguerrillero de las Farc, se dirigió con un tono franco al público y dijo “de antemano, a todas y todos los que sientan que han sido víctimas de nuestro proceder en estos 54 años de guerra, les pido perdón. De una u
otra forma todos somos víctimas de este conflicto”. ‘Kevin’, quien ahora utiliza su nombre de pila, Edilberto Arias, se reunió junto a dos excombatientes más y un funcionario del Ministerio de Ambiente para explicar el proyecto ‘Ambientes para la Paz’, que pretende generar reconciliación en los territorios a partir de la formación de campesinos y campesinas en agroecología y como preservadores del territorio.
“Hay muchos sectores que se quieren apoderar de estos espacios y nosotros queremos que sea la misma comunidad la que se empodere de estos territorios y consiste en que las trochas que utilizábamos para la movilidad se conviertan en senderos para que la gente vea y se apropie de estos paisajes y los cuiden”, afirmó posteriormente, explicando cómo el programa se convertirá en una estrategia para poner en conversación a las comunidades, organizaciones sociales y el estado y, de esta manera caminar hacia la reconciliación en el país a pesare de todas las dificultades por las que está pasando la implementación de los acuerdos de paz entre las Farc y el Gobierno Nacional.
La experiencia que fue socializada en el principal escenario de la versión 13º del Cinexcusa, se presenta como un claro ejemplo de la posibilidad de construir país por fuera de los odios y rencores, por fuera de la economía ilegal, llena de guerra.
Juan Antonio Urbano es un campesino de la zona esmeraldera de Boyacá que hace unos años se juntó con otros campesinos de su mismo territorio y que estaban consientes como él de que la guerra entre esmeralderos o el narcotráfico no los iba a llevar a ningún lado, por lo que iniciaron un proceso de sustitución de cultivos, “nos liberamos de ese sentimiento de echarle la culpa a alguien, esa disculpa tonta donde el alcalde, el líder es de la culpa, eso no permite que asumamos nuestro propio destino. Nos cansamos de esperar y decidimos actuar y ahí nace ese sueño campesino donde el cacao juega un papel fundamental”, llegando articular un proceso no solo local, sino regional y nacional, llamado Distrito Chocolate, “una empresa que nos ha permitido demostrar que el cacao colombiano puede llegar al mercado internacional y competir con los productos de muchos otros países”.
Su intención, es la de construir un país en el que haya verdadera reconciliación, “asumamos con mucha más responsabilidad esa oportunidad que tenemos en el desarrollo del país”, aseguró, agregando además que, en su proceso, “las dificultades son muchas y especialmente los actores de la violencia, son las mayores dificultades, pero creo que la mayor dificultad es el desconocimiento por parte del campesino para crear empresa, cometimos muchos errores, pero aprendimos mucho”. Igualmente sentó una postura, afirmando que no importa cuántas veces quienes no desean que el país se reconcilie y se reconstruya, “quienes creen que matando a los líderes van a apaciguar el liderazgo están equivocados, cuando matan a un amigo líder a uno le da rabia y más ganas de seguir con su proceso”.
La noche llegó de la mano de los corridos prohibidos y el particular, pero concienzudo y documentado análisis de Carlos Páramo, director del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional. Con la canción ‘la banda del carro rojo’ de Taxi Orquesta, inició un repertorio que situó a los asistentes en el origen y transformación de los corridos, los corridos prohibidos y los narcocorridos, “uno de los más significativos corridos que ha podido producir la literatura nacional y universal está en la vorágine, no tiene la estructura rítmica, pero sí ideológica de un corrido, que es el corrido de Arturo Cova, tiene los elementos del corrido: el amor, el azar y la violencia”. Según el antropólogo, los corridos se caracterizan por describir el sentir popular y, a pesar de los intentos por utilizarlos como propaganda negra o de evitar que se difundan, siguen perviviendo en las clases populares, “durante las brigadas civicomilitares del general Matallana, que tuvo una sensibilidad especial por la situación cultural, se generó por parte de él la creación de canciones que hablan de las infamias de los bandoleros como estrategia de propaganda negra, peor paradójicamente lo que hizo fue perpetuarlos en la memoria, eso sigue sucediendo en los narcocorridos”.
De esta manera, esos bandoleros a los que se pretendía quitar el apoyo popular, terminaban convirtiéndose en héroes, “lo que es significativo del genero corrido es la capacidad de narrar la memoria con arreglo a unas formas narrativas. Los corridos no son la expresión estética de la cultura del narcotráfico, más bien el narcotráfico ha exacerbado al corrido. No importa si es el narcotraficante, el sicario o el esmeraldero. Más que ser el corrido la forma de contar su historia, es la forma como este permite estructurar su vida, para entender su propia historia. La gente se piensa en clave de corrido y entiende el devenir en clave de corrido”, agregó.
Y es así como, muy a pesar de la imagen que ha sido muy difundida en el país de que los corridos exaltan la vida de los delincuentes, bandoleros o narcotraficantes, para Páramo la realidad es que este deja un precepto moral para quienes lo escuchan, como una forma de decirle que si sigue la vida de quienes son los protagonistas de las historias que narra, va a encontrar la muerte igualmente, “en el corrido lo que uno suele encontrar es paradójicamente un mensaje moral, ‘del polvo se viene y al polvo se va’, no es una apología al narcotráfico, sino que está generando un mensaje de las consecuencias de este estilo de vida”.