Por: Gustavo Patiño
Con el micrófono en la mano, el niño de unos once años se dispuso a hablar frente a la webcam, “mi nombre es Juan Andrés Sáenz Mesa, estudio en el grado sexto del colegio Juan Sábalo School y mi pregunta es esta: ¿nosotros como nueva generación cómo podemos cambiar esta realidad?”. Quien estaba al otro lado de la cámara, en Argentina, era el escritor paisa Luis Miguel Rivas, quien estaba hablando de su libro ‘Era más grande el muerto’, una novela que retrata la cultura del narcotráfico en un barrio pobre a partir de la historia de dos jóvenes denominados por el autor como ‘chichipatos’, es decir, jóvenes que aunque son pobres y viven en un barrio inundado por sicarios, no se atreven a vivir la vida de sus vecinos, “las nuevas generaciones deben tener que pensar políticamente, tienes que preguntarte por qué pasan las cosas, si eres pobres te debes preguntar por qué y a partir de allí buscar las soluciones; a las nuevas generaciones le recomiendo que lean, que expandan el conocimiento”, fue la respuesta del escritor al niño.
En el conversatorio, Rivas habló de cómo intentó retratar en su libro las dinámicas culturales del narcotráfico a partir de sus personajes principales, “el libro habla de Manuel y Geovany, dos pelados que viven en ese contexto pero que no se atreven a estar en el negocio del narcotráfico, por lo que son llamados chichipatos y que siempre quisieron vestir como los sicarios que sí estaban en el negocio, entonces deciden comprar y vestirse con la ropa de los otros luego de que fueran asesinados. La síntesis de la novela es que el narcotráfico no es un asunto de narcotraficantes, sino que es cultural, es una cuestión resultado del capitalismo, donde hay unas jerarquías y pone a los chichipatos abajo en la escala social, luego de los sicarios”.
Mirar hacia la gente común
Rivas hizo énfasis en qué hay, detrás de esas grandes historias sobre el narcotráfico que se ven en los medios de comunicación, pequeñas historias que hacen parte de la realidad de la gente del común, la que vive en barrios como en los que el creció en Envigado, a dónde llegaba Pablo Escobar a repartir plata. De igual manera, Juanita Vélez, editora del portal web La Silla Sur, se refirió horas más tarde sobre las pequeñas historias que existen en las dinámicas del narcotráfico y de las que un periodista solo se puede enterar si va a conocerlas personalmente, “hemos cubierto el tema del narcotráfico desde distintas ópticas, la que más me ha gustado a mí es la de los cultivadores de coca y la lucha de ellos para dejar de ser estigmatizados. Parte de las cosas que encontramos en la reportería es la de que ellos tenían muchas expectativas frente a los acuerdos, desde los programas de sustitución y ahora hay mucha incertidumbre”.
La periodista y politóloga conversó con los asistentes al Cinexcusa de la tarde del cuarto día sobre su perspectiva del manejo de la lucha antidrogas del actual gobierno, “hemos podido encontrar tres tonos muy distintos dentro del gobierno de Iván Duque para abordar el tema del narcotráfico, está el Mindefensa insistiendo en el uso del glifosato, Minjusticia con un tono moralista y el Alto Consejero para el Posconflicto Archila defendiendo los acuerdos”. Vélez hizo énfasis en que es necesario que los periodistas tengan más instinto al momento de buscar las historias que quieren contar, “no quedarse con la rueda de prensa, no quedarse con lo que dijo el ministro e ir más allá y saber por qué lo dijo, que hay detrás, saber leer entre líneas y buscar más allá”.
Afinar los sentidos
Hizo hincapié en que es necesario buscar esas pequeñas historias que parecen estar entre líneas dentro de la información general de lo que pasa en el país, señalando que se trata de humanizar el periodismo dando a conocer, generando contexto, “uno llega y se da cuenta que no tienen cómo más vivir, les queda más fácil la pasta base en la mochila porque no hay carreteras para sacar los bultos de café. No es una cuestión que te permita defenderlos, pero sí entender las dinámicas. Lo que puedo aconsejar es que hay que salir de esos lugares comunes que hacen que uno hable de los temas desde las capitales, hay que dedicarle tiempo a ir a terreno para darse cuenta”.
Lo terrible de la guerra
De esas historias que hay en los territorios, entre líneas, y que siguen sucediendo a las personas en medio del conflicto y el narcotráfico, habla la película ‘Jardín de amapolas’ de Juan Carlos Melo, proyectada en la noche de este jueves. Una historia narrada desde la inocencia de una amistad infantil que se ve truncada por las dinámicas del narcotráfico y el conflicto armado, “la premisa de la película es lo terrible que puede ser la guerra y como afecta a algo tan transparente como lo es la infancia”.
Durante la conversación con el profesor Betuel Bonilla, Melo narró algunas de las dificultades que tuvo en el momento de producción del film, como que para poder trabajar con las amapolas tuvo que obtener las semillas de un pastel y que el primer cultivo que hizo lo perdió, por lo que tuvo que reiniciar, “fui a narcóticos a pedir un permiso para sembrar y allá el comandante me dijo ‘pero ¿cómo me va a pedir eso?, es como pedir un permiso para robar’, yo le dije que era algo cultural y me dijo ‘yo no he visto nada’”. Igualmente, el cineasta reflexionó sobre la actualidad del conflicto y cómo la violencia es una de las tantas manifestaciones de poder que existe en la sociedad, “hay un filósofo coreano que habla de que la violencia es pura cuando deja de comunicar, pero la violencia siempre comunica, la violencia es poder y la utilizan para dominar”, agregando que aunque el narcotráfico ha sido uno de los principales factores dentro del conflicto colombiano, no es el único, “el conflicto tiene múltiples factores, en él el narcotráfico es más como un combustible que se genera. Creo que es algo que todavía falta por mirar”.